Genio y figura de un hombre de letras

Ernesto Santolaya repasa con vehemencia sus tres décadas de carrera como editor y sus proyectos

Ernesto Santolaya (Huérteles, 1935), hijo de un ganadero republicano represaliado en la Guerra Civil, fue pastor en su Soria natal. Aprendiz de dependiente y fabricante casero un tanto clandestino de jabón y fideos en Haro, donde se instaló su familia cuando su padre fue liberado, aprendió a leer y escribir a los 13 años gracias a los tebeos. Durante 30 años compró maquinaria agrícola en Austria que revendió a los agricultores de la Llanada Alavesa. En 1976, fundó la editorial Ikusager, donde se ha especializado en la edición de cómics, novelas y biografías poco conocidas por el gran público.

«Yo soy editor por ser gran lector, no por otra cosa. Y el libro que no encuentro me lo publico, con dos cojones». A sus 76 años, Ernesto Santolaya no se jubila y mantiene su pasión por las apuestas comprometidas como un aventurero de otra época. Hoy, su última batalla como editor la está librando con la publicación de uno de sus libros de cabecera: la Historia de la Revolución Francesa, de Jules Michelet. «El placer de sacar un libro de estos es que, al final, me lo planteo como el último esfuerzo», indica. Sí, lleva muchos años queriendo dejarlo, pero siempre le surge una nueva obra, un nuevo desafío, como este michelet que fue el primer libro que tocó con sus manos a los 13 años, no sabiendo ni leer, ni escribir. «Yo veía los santos, y por eso lo he publicado con las mismas ilustraciones, que entonces admiré, de Daniel Urrabieta», precisa.

 Con la mente en la rentabilidad, los jóvenes desean cobrar antes de escribir»

«Yo soy editor por ser gran lector. El libro que no encuentro lo publico»

En la sede de la editorial Ikusager, en el centro de Vitoria, Santolaya, rodeado por centenares de volúmenes y originales de los dibujantes de cómics que publica, recuerda la historia de su modesta firma, que vio la luz hace 35 años. Como en los créditos de una película van desfilando nombres como Daniel Chavarria, Paco Ignacio Taibo II, Pierre Mac Orlan, Serguey Dovlátov, Artur London, o el de Willi Münzenberg, cuya esplendida biografía política, obra de Babette Gross, está teniendo muy buena acogida entre políticos, historiadores e intelectuales. «Es como la seducción de Occidente. En la obra, todos los personajes y todos los comunistas son unos hijos de puta. Yo, que no he sido comunista, porque no he entendido nada, me doy cuenta de que este autor tiene un gran respeto por las formas, y me decido a publicar el libro sobre Münzenberg, y esa época terrible, centrándome en la mecánica creativa, que es una forma de explicar las obsesiones que tengo y que, si puedo convierto en libro».

Así lo quiere hacer con la próxima publicación de volúmenes de Dovlátov, Mac Orlan o Michel del Castillo para completar su saga biográfica. Al recordar que el padre del escritor francés, que colaboró con el Gobierno de Vichy, denunció a su esposa española, una «radiofonista» de la República, y a su hijo a la policía, siendo los dos internados en un campo de concentración, Santolaya sostiene que la primera frase de una obra bien construida aporta un acicate para el lector, como «Yo tenía una granja en África…», «En un lugar de la Mancha…» o «Aquella mañana, Gregorio Samsa se despertó convertido en un insecto…»

El libro de Del Castillo, una visión de sus relaciones con su progenitor, comienza: «Tengo una cita con mi asesino, se llama Michel y es mi padre». Espeluznante, cuando se sabe que después su madre, «abandonó a su hijo y se vendió a los nazis y a Vichy».

El editor confiesa haber descubierto otra «joya» con Bluebird, la obra de una joven escritora bosnia recomendada por todo el arco de la prensa británica, que subraya que «las memorias de guerra no tienen por qué ser una lectura deprimente, pueden, incluso, ser divertidas».

Todas esas obras se incluyen en la colección Memoria y Literatura, que compite con Memoria y Libertad, para la que los catedráticos Antonio Rivera y Santiago de Pablo están elaborando un estudio sobre las derechas en Álava titulado Profetas del pasado.

¿Cuál es el futuro de Ikusager cuando las nuevas tecnologías están creando nuevos hábitos de edición y de lectura? A Santolaya eso no le preocupa. «Que los chavales lean, joder! Ya cambiará el que tenga que cambiar. El problema es que la gente no lee, ya no interesa nada a nadie».

Para el editor, lo preocupante no es que se compren libros y no se lean -«Yo lo hago, y alguno no leo porque no tengo tiempo, como mucha gente»-; lo preocupante es que ya no se compran. Añade que es una batalla perdida y que lo que le mantiene el ánimo vivo es que desde que empezó su carrera se negó siempre a creer que el libro no tiene vida. «Hay que hacerlo bien y, por razones egoístas, hay que mimarlo como un objeto apetecible. Por muy tradicional que parezca el texto, al margen de las oleadas de la moda, el texto se venderá siempre».

Santolaya piensa dejar muchos libros en herencia a sus hijos, para que no conviertan la sede de su editorial en una «tienda china». Les lega sus libros y más problemas. Además, va a reeditar la Historia de la Revolución Francesa porque, si no lo hace él, no lo hace «ni Dios».

Mientras tanto, cree que una empresa como la suya tiene futuro si hay alguien lo suficientemente loco y desprendido para entender de qué sirve una apuesta como esta. «No es para ganar dinero; es para salvar el bigote cada día que pasa. Pero, ¿y el placer de hacer aquello que honradamente crees que hay que hacer, eso cómo se paga? Eso es lo que la juventud no entiende», enfatiza.

A su entender, los jóvenes «tienen una mente prefabricada dispuesta ya para lo que no hay que estar dispuesto, y es eso lo que yo espero que la crisis aclare un poco. Hoy, todo el mundo siente que su única evolución es la rentabilidad. Por ejemplo, quieren cobrar antes de presentar una obra. Con esa mentalidad de poseer coches, casas, y con eso de la rentabilidad inmediata, se va a peor».

«Me quedo con la satisfacción del esfuerzo», replica. «El placer de sacar un libro de estos me lo planteó como el último esfuerzo. Hay que seguir haciendo cosas porque el hombre es lo que hace. No cabe la menor duda».

De frase corta, a veces punteada por algún taco, Santolaya se expresa la mayoría de las ocasiones de forma vehemente. Ahora, él también está «indignado» con las distintas Administraciones a las que ha tenido que acudir para promocionar algún proyecto, como el homenaje a Alexander Trauner (Budapest, 1906-Omonville, Francia, 1993) un director artístico que trabajó a las órdenes de algunos de los mejores directores de cine del mundo, como Orson Welles, Billy Wilder, Marcel Carné o Fred Zinneman.

Amante de la literatura y del cómic, de los que saca chispa para su trabajo diario, el veterano editor es también un apasionado del séptimo arte. En uno de los despachos de su firma, cerca de 2.000 películas bien ordenadas demuestran esa pasión.

Desde hace una década, pelea para conseguir que una exposición rinda un merecido tributo a Trauner, quien llegó a Vitoria un 18 de octubre de 1963 impresionado por la historia del maquis Quico Sabaté, muerto en un enfrentamiento con la Guardia Civil tres años antes.

Como no pudieron rodar la película Y llegó el día de la venganza, que dirigió Fred Zinnemann con Gregory Peck en el papel del guerrillero antifranquista, Anthony Quinn como capitán de la Guardia Civil y Omar Shariff de cura, Trauner se encargó de fotografiar, pintar, comprar postales y cualquier objeto de Vitoria que le sirviese luego para recrear en los estudios de París una imaginaria ciudad del norte.

«La idea del proyecto», puntualiza Santolaya, «es hacer historia en ese momento de Vitoria, donde dos personajes importantes del séptimo arte vieron esta ciudad y se enamoraron del lugar». Fue el único contacto que tuvo Vitoria con los grandes del cine, apostilla. Su intención es reconstruir la labor de un director de arte del Hollywood clásico a partir de los cuadros, dibujos y fotografías de época de Trauner, tres cuadros por cada una de sus 23 películas, además de explicar con fichas y notas el proceso creativo del cine.

Visiblemente enfadado por las repetidas negativas a su proyecto, Santolaya arremete contra las autoridades alavesas: «Me produce rabia ver a mi alrededor elementos imperturbables convencidos en su idiotez de que son profundos y tienen el derecho a dirigir el destino de los demás. Entiendo que se me diga que no a un proyecto, pero con dignidad y con argumentos». Ernesto Santolaya, (mal) genio y figura.

(Fuente: El PAÍS)

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